El aire que respiramos sin darnos cuenta

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Hola, soy Clara. Y sí, soy de esas personas que antes no pensaban mucho en el aire que respiran… hasta que empecé a trabajar en una oficina sin ventanas. Literalmente, sin ninguna. Ocho horas al día encerrada con otras veinte personas, con el aire acondicionado funcionando sin parar. No me lo había planteado, pero al tiempo empecé a notar que me costaba más concentrarme, que tenía más dolores de cabeza y que mi energía se esfumaba después de unas pocas horas. ¿Casualidad? Yo también lo pensé. Pero no lo era.

 

Lo que no vemos, pero respiramos

La calidad del aire en interiores es uno de esos temas que casi nadie comenta, pero que nos afecta a todos cada día. Y cuando digo todos, me refiero a quienes pasamos la mayor parte del tiempo en lugares cerrados: casas, oficinas, supermercados, gimnasios, peluquerías, salas de espera, tiendas… Básicamente, donde vivimos o trabajamos.

En teoría, estar dentro de un edificio nos protege de la contaminación exterior. Pero la realidad es que, si el aire no se renueva, se vuelve viciado. Y lo peor es que no lo notamos a simple vista: no huele mal, no tiene color, no suena. Simplemente está ahí, llenándose poco a poco de cosas que no queremos respirar.

 

¿Qué hay en el aire de los sitios cerrados?

Mucho más de lo que creemos. Cuando un espacio está mal ventilado, se van acumulando pequeñas partículas, algunas bastante desagradables: polvo, pelos de mascotas, esporas de moho, polen, compuestos químicos de los productos de limpieza, emisiones de pinturas, perfumes, aerosoles… incluso partículas que exhalamos las personas al hablar, toser o simplemente respirar. Todo eso va quedando suspendido en el aire, y lo respiramos constantemente sin darnos cuenta.

Además, el dióxido de carbono (CO₂) se concentra muy rápido cuando hay muchas personas y poca ventilación. No es peligroso en pequeñas cantidades, pero a medida que sube, puede provocar somnolencia, falta de concentración, sensación de fatiga y, a largo plazo, problemas más serios. Y no hablamos de algo raro o excepcional. Es muy común. Piensa en una sala de reuniones sin ventanas o una clase llena de alumnos a última hora del día. Si has sentido pesadez o dolor de cabeza, probablemente no eras tú: era el aire. También se acumulan virus y bacterias, lo que facilita que se propaguen resfriados o contagios, sobre todo en invierno, cuando tendemos a cerrar todo para mantener el calor.

 

¿Y el aire acondicionado? ¿Es bueno o malo?

Esta es la pregunta del millón. El aire acondicionado no es malo en sí, pero tampoco es la solución. Su función principal es regular la temperatura, no renovar el aire. En muchos casos, simplemente recircula el mismo aire una y otra vez. Así que, si el aire está cargado o sucio, lo único que hace es moverlo por todo el espacio.

Además, si no se limpia bien el sistema de aire acondicionado, se convierte en un lugar perfecto para bacterias y hongos. El famoso síndrome del edificio enfermo tiene mucho que ver con esto: personas que trabajan en el mismo lugar y que empiezan a sentir molestias parecidas sin una causa clara. Todo apunta a un aire de mala calidad.

 

Cómo se deteriora el aire sin que nos demos cuenta

Esto es bastante inquietante. Puedes estar en un lugar aparentemente limpio y ordenado, pero eso no significa que el aire lo esté. De hecho, cuanto más cerrado está un sitio, más rápido se deteriora el aire. Basta con cerrar las ventanas durante unas horas, encender el aire acondicionado, y en poco tiempo los niveles de CO₂ y partículas se disparan. Todo eso pasa sin que lo notemos, porque el aire contaminado no tiene por qué verse ni oler mal.

Y si encima hay alfombras, muebles tapizados, muchos aparatos electrónicos o productos químicos, como ambientadores o desinfectantes, el aire se vuelve una mezcla de sustancias que, aunque no matan, sí afectan al bienestar. Añádele la humedad, la falta de circulación o la acumulación de polvo en rincones que no se limpian a menudo, y el resultado es un ambiente que agota, irrita y a veces incluso enferma. Y lo peor es que estamos expuestos a eso día tras día, sin ser realmente conscientes de cómo nos afecta a nivel físico y mental.

 

¿Por qué es tan importante ventilar?

Ventilar es lo más sencillo y efectivo que podemos hacer. Abrir las ventanas de par en par, aunque sea unos minutos al día, ayuda a renovar el aire, reducir la concentración de CO₂ y eliminar parte de las partículas en suspensión. Además, con solo unos minutos de ventilación cruzada (abriendo ventanas en lados opuestos del espacio), se puede generar una corriente que barre con el aire estancado y lo sustituye por aire más limpio.

Pero claro, no siempre es posible. En muchas oficinas, locales o incluso viviendas, las ventanas no se pueden abrir por seguridad, ruido, contaminación exterior o simplemente porque no las hay. También pasa mucho en invierno, cuando preferimos mantener el calor dentro y no malgastarlo abriendo una ventana. Sin embargo, ventilar también tiene un impacto directo en cómo nos sentimos: más despejados, más activos y menos propensos a resfriados o alergias. Por eso, cuando ventilar no es viable, se vuelve indispensable buscar otras soluciones que aseguren una buena renovación del aire.

 

Tecnología que mejora el aire

Por suerte, hay empresas que se han dado cuenta de esto y están desarrollando soluciones muy potentes para mejorar la calidad del aire interior. Una de ellas es Air Quality Prosescan, que ha creado un sistema que no solo filtra el aire, sino que lo transforma en un entorno mucho más saludable.

Ellos trabajan con una tecnología llamada NPBI de GPS, que básicamente lo que hace es generar una alta densidad de iones positivos y negativos en el ambiente. Estos iones se encargan de neutralizar virus, bacterias, moho, partículas en suspensión y hasta olores. No es magia, es ciencia.

Lo más interesante es que este sistema no solo limpia el aire, sino que lo regenera. Es decir, imita la capacidad de la naturaleza para depurar el aire, como lo haría un bosque o una montaña. Y eso, a nivel biológico y cognitivo, tiene beneficios reales: mejora el estado de ánimo, ayuda a concentrarse, reduce el estrés y refuerza el sistema inmune.

Ellos lo llaman aire regenerativo, y tiene todo el sentido del mundo. Se trata de eliminar lo malo y de crear un entorno en el que el cuerpo y la mente funcionen mejor. Y todo esto se ha probado científicamente. Así que sí, respirar aire tratado con esta tecnología es muy distinto a respirar el aire de un local cerrado con aire acondicionado.

 

Qué podemos hacer nosotras, desde casa o el trabajo

Sé que no todo el mundo puede instalar un sistema como esos en su casa o en su oficina. Pero sí podemos hacer pequeños cambios que marcan la diferencia, sin necesidad de gastar mucho dinero ni hacer reformas:

  • Ventilar todos los días, aunque sea 10 minutos por la mañana y 10 por la tarde. Si se puede crear corriente abriendo dos ventanas opuestas, mejor todavía.
  • Evitar los ambientadores artificiales y apostar por alternativas naturales, como aceites esenciales, saquitos de hierbas o simplemente dejar que entre aire limpio.
  • No abusar de productos químicos al limpiar. A veces, menos, es más. Vinagre blanco, bicarbonato o jabón neutro pueden ser igual de eficaces sin dejar residuos en el ambiente.
  • Tener plantas (algunas ayudan a purificar el aire, como el poto, la lengua de suegra o el espatifilo). Además, dan vida y calidez al espacio.
  • Revisar y limpiar los filtros del aire acondicionado con frecuencia, al menos una vez cada dos meses, sobre todo si el aparato se usa a diario.
  • Usar purificadores de aire si vivimos en ciudades muy contaminadas o en espacios sin ventilación, especialmente si hay personas con asma, alergias o sensibilidad respiratoria.

Y, sobre todo, ser conscientes de que el aire también forma parte de nuestra salud. No podemos vivir sin él, y respiramos unas 20.000 veces al día. Tiene sentido que queramos que esas respiraciones sean lo más saludables posible. Porque al final, cuidar el aire que respiramos es otra forma de cuidarnos a nosotras mismas y a quienes nos rodean.

 

Respirar bien es vivir mejor

Desde que empecé a informarme sobre todo esto, he cambiado varios hábitos. Ahora soy esa compañera pesada que abre las ventanas en la oficina, que pregunta si han limpiado los filtros del aire o que propone poner una planta en cada esquina. Pero ¿sabes qué? Me siento mejor. Duermo mejor. Me concentro más. Y no tengo tantos dolores de cabeza.

Puede que el tema de la calidad del aire no suene tan urgente como otros, pero cuando lo vives, lo notas. Y si además tienes hijos, personas mayores en casa o pasas muchas horas en un lugar cerrado, cuidar el aire que respiras debería ser una prioridad.

Porque al final, se trata de salud, de bienestar, de energía. Y eso, sinceramente, no tiene precio.

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